Abandonó el barco como una rata. Sabía que nos íbamos a pique.
Evitaba el naufragio.
El agua.
La lluvia de mis lágrimas.
No me di cuenta hasta que se fue, él era quien nos hundía porque hemos vuelto a navegar en paz.
Tengo una pasión irrefrenable y créanme que me da mucha vergüenza hablar de esto. Algunos me tildarán de fisgona, de impertinente y hasta de enferma... me gusta ver a la gente a través de las cerraduras. No me importa mirarlas desde una ventana, desde una terraza. El hecho no es tan simple como querer verlas sin que ellos lo perciban. Mi vicio, mi fervor es la escultura que despeja la silueta de la cerradura sobre la vida, la gente... es el recorte de intimidad que se presenta ante mis ojos, la selección fortuita de los hechos. Todavía lo recuerdo. Recién llegaba de la clínica. Elsa, esa mujer que ahora tiene nombre y el título Madre, me llevaba en sus brazos mirándome con una leve sonrisa y un gesto que aún no comprendo. Me puso en un moisés de mimbre blanco y cerró la puerta. De repente me encontré sola en una habitación demasiado aireada para mi piel acostumbrada a nadar hasta ese momento. Empecé a experimentar el mundo de afuera, a conocer los olores de esa casa
Comentarios
Tu relato tan real como la vida, casi siempre nuestros barcos se hunden por nuestra causa, no hacen falta tormentas ajenas.
Besos
No estuve nunca en Cabezón de la Sal, pero me encantaría! soy Micaela , aunque no la que tu crees.
Besos.
Un abrazo desde Madrid.
Participo a menudo en ENTC. Este mes me dediqué solo a leer. Pero veré si me animo a publicar algo. Besos!!
Un saludo, espero leerte más.
JM
Hay que saber detectar sobre carga a tiempo y tirarse del barco en caso de ser necesario. Un abrazo!