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Mostrando entradas de julio, 2013

Terapia

- Teresa, le propongo un juego. Yo le mostraré algunas imágenes y usted me dirá lo primero que se le cruce por la cabeza. Cuando crea que ha terminado solo dígame “siguiente” y sacaré la siguiente imagen ¿le parece? - Me gusta su juego, siempre disfruté de mirar las enciclopedias y pensar que visitaba cada uno de esos lugares. Hace poco encontré una enciclopedia de Europa con la que pasaba horas viajando de mentirita y fue muy desagradable. Los paisajes estaban desteñidos y opacos. Ya no querría volver. - Viajemos entonces Teresa, acá está la primera imagen. Diga todo lo que le produce. Sin censuras Teresa. - Tarde, caía… la tierra se ponía naranja, pero sin jugo, sin el perfume cítrico. Se ve un bosquecito de pinos a lo lejos. ¡Cómo me gusta el olor a pinos! Me hace acordar al verano en Carlos Paz, en la casa de mi abuelo, cuando éramos normales, como cualquier familia. Naranja. Era el sol que le robaba a la tierra su matiz para darle su color, para apaciguar sus tonalida

Lo que me queda de Inés

El día que Inés murió corrí con el cuerpo aún tibio al laboratorio del Augusto.  Cuando me vio se puso pálido de terror. No quería hacerlo, pero no tenía alternativas. Yo sabía de sus investigaciones, de sus pruebas clandestinas con animalitos que quedaban inevitablemente huérfanos. Augusto buscaba avances en el campo de la medicina y fuimos blanco fácil. El día que lo conocimos estábamos cansados de intentar ser padres. Inés había pasado por prolongados tratamientos de fertilización: hormonas, análisis, pinchazos y  punciones. Diez años peregrinando por instituciones médicas, curas sanadores, psicólogos y videntes. Pero Augusto nos prometió que en seis meses como máximo, tendríamos el embarazo buscado. Era nuestra última posibilidad y accedimos ciegos de desesperación. Todo parecía derrumbarse con la muerte de Inés, aunque quedaba una luz de esperanza. Su cara de terror cambió con mis gritos: Augusto ¡se va! ¡Se apaga su vida! Tenés que hacerlo, por favor. Me pi