Azul. Amanece. Acalorados cuerpos se amontonan en el colectivo. ¡Ay! Ese es mi pie. Adormilados ojos se cierran al compás del freno en freno. Ancianos equilibristas cuelgan del caño. Jóvenes que conquistan un asiento y jamás miran a su alrededor, perdidos en la música de su auricular, en la penitencia de sus anteojos negros. Hombres que se chocan. Enanos que compartimos el respaldo de un asiento para agarrarnos, mientras el pelo de la señora de rulos se enreda entre los dedos. Azul, como el mar. Como el amor de Cristian. ¿Desciende? ¡Adiós!
Rienda suelta a las palabras que no son mías, son copias infieles que me deja el mundo al pasar, que susurran angelitos y demonios. Dame letras y tendré motivos para andar y desandar lo dicho. Es que sin letras no hay palabras y no existo.