Aceptar lo inevitable y verterse en el torbellino de lo indispensable. El pulso lo define todo. Los tic tac pasarán apacibles o nerviosos.
Quien acepta lo inevitable corre el riesgo de caer en la quietud si no sabe distinguir el límite de sus acciones del texto escrito del destino.
La muerte, el desamor y las desgracias son esferas de lo inevitable cuando suceden. Pueden prevenirse en algunos casos, pero cuando están no hay retroceso. Ni la creencia en la vida después de la vida podrá despertar al ser amado de su sueño eterno, nada podrá hacer volver el amor desgastado y mal oliente… solo nos queda el duelo que nos desprende poco a poco de la utopía. O podemos sumergirnos en el dolor y el tormento para volvernos locos lentamente.
Si existen otras vidas, si las cosas suceden por algo pueden ser reflexiones verdaderas. No importa, en definitiva, aceptar lo inevitable te rescata de la locura. Esto es lo que tenemos y no tenemos más alternativas que transitar o simplemente estar.
Para algunos la vida es una lucha constante contra lo inevitable. Quieren ser millonarios, modelos, grandes atletas y el destino los sumerge en otros rumbos que no ven, que desprecian por querer ser el personaje de publicidad. Como si la felicidad se redujera a ser otros.
La felicidad es tan variable y tan distinta en las personas. Otros convierten su vida en una lucha por ser felices, pero es la felicidad eufórica de la risa que pasa y deja vacíos. Felicidad estrambótica e irreal. Felicidad que se acomoda a lo que pasa afuera, porque adentro no puede ver porque hay muchos requisitos, demasiados bultos que impiden la circulación.
Lo inevitable es que somos lo que somos porque así lo determinan los genes, las situaciones vividas, el trato de niños, los aprendizajes familiares, las certezas y las expectativas. Y con todo eso, podemos convertirnos en personas dueñas de sus actos, responsables de las decisiones que tomamos sin culpar a nadie por lo que sucede.
Aquí estamos, somos una completa bola de incertidumbres que aún tiene capacidad de decidir en las infinitas posibilidades de lo inevitable.
Tengo una pasión irrefrenable y créanme que me da mucha vergüenza hablar de esto. Algunos me tildarán de fisgona, de impertinente y hasta de enferma... me gusta ver a la gente a través de las cerraduras. No me importa mirarlas desde una ventana, desde una terraza. El hecho no es tan simple como querer verlas sin que ellos lo perciban. Mi vicio, mi fervor es la escultura que despeja la silueta de la cerradura sobre la vida, la gente... es el recorte de intimidad que se presenta ante mis ojos, la selección fortuita de los hechos. Todavía lo recuerdo. Recién llegaba de la clínica. Elsa, esa mujer que ahora tiene nombre y el título Madre, me llevaba en sus brazos mirándome con una leve sonrisa y un gesto que aún no comprendo. Me puso en un moisés de mimbre blanco y cerró la puerta. De repente me encontré sola en una habitación demasiado aireada para mi piel acostumbrada a nadar hasta ese momento. Empecé a experimentar el mundo de afuera, a conocer los olores de esa casa
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