Me gusta pensar que una vez fui el refugio de tu alma que estaba de paso. Cinco meses te tuve mientras te multiplicabas incansablemente hasta que el tic tac de las horas dijo basta para vos y para mí y tuviste que volver a la lucha cósmica en la que hadas, duendes y ángeles planean una emboscada para vencer a la muerte.
Me gusta pensar que querrás volver para quedarte, resignado ante la inminencia de la muerte sabrás que la vida, tu vida es lo más hermoso de todo esto.
Tengo una pasión irrefrenable y créanme que me da mucha vergüenza hablar de esto. Algunos me tildarán de fisgona, de impertinente y hasta de enferma... me gusta ver a la gente a través de las cerraduras. No me importa mirarlas desde una ventana, desde una terraza. El hecho no es tan simple como querer verlas sin que ellos lo perciban. Mi vicio, mi fervor es la escultura que despeja la silueta de la cerradura sobre la vida, la gente... es el recorte de intimidad que se presenta ante mis ojos, la selección fortuita de los hechos. Todavía lo recuerdo. Recién llegaba de la clínica. Elsa, esa mujer que ahora tiene nombre y el título Madre, me llevaba en sus brazos mirándome con una leve sonrisa y un gesto que aún no comprendo. Me puso en un moisés de mimbre blanco y cerró la puerta. De repente me encontré sola en una habitación demasiado aireada para mi piel acostumbrada a nadar hasta ese momento. Empecé a experimentar el mundo de afuera, a conocer los olores de esa casa
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