Revuelva con firmeza para que no se pegue. Agregue el galvanio y siga batiendo a punto cascarita. Confirme que la temperatura sea la del alba. (Recuerde que las proporciones no son menos importantes que las intenciones).
Sentirá un escalofrío y algunas carcajadas. Ese es el momento de encender el horno. No se demore porque la pasta comenzará a moverse. Si llegase a suceder que los suspiros se vuelven incontenibles y las ganas de llorar turban su vista. Tire la pasta por la ventana, verá que se transforma en un puñados de golondrinas.
Lamento decirle que deberá recomenzar su tarea y tener constancia, la libertad requiere de experiencia.
Tengo una pasión irrefrenable y créanme que me da mucha vergüenza hablar de esto. Algunos me tildarán de fisgona, de impertinente y hasta de enferma... me gusta ver a la gente a través de las cerraduras. No me importa mirarlas desde una ventana, desde una terraza. El hecho no es tan simple como querer verlas sin que ellos lo perciban. Mi vicio, mi fervor es la escultura que despeja la silueta de la cerradura sobre la vida, la gente... es el recorte de intimidad que se presenta ante mis ojos, la selección fortuita de los hechos. Todavía lo recuerdo. Recién llegaba de la clínica. Elsa, esa mujer que ahora tiene nombre y el título Madre, me llevaba en sus brazos mirándome con una leve sonrisa y un gesto que aún no comprendo. Me puso en un moisés de mimbre blanco y cerró la puerta. De repente me encontré sola en una habitación demasiado aireada para mi piel acostumbrada a nadar hasta ese momento. Empecé a experimentar el mundo de afuera, a conocer los olores de esa casa
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