Coplas ancestrales

Crece en el parque de la abuela Alfonsa una enredadera verde y florida que no deja escapar a ningún insecto sin darle cobijo. La condición es que no mastiquen sus hojas.

Claro que la abuela no sabe lo que sucede en su patio, se desplaza casi ciega entre los yuyos ya crecidos debido al abandono.

Por las noches crugen las ramas del roble viejo y los rosales le piden hojas al aloe vera para mantener con vida al árbol agonizante, pero él se niega, quiere morirse y sabe que no hay muerte más cercana que la buscada.

Todos adoran al roble. Todos buscan levantar su ánimo pero es imposible. Desde la muerte de su hijo no encuentra consuelo.

Era un retoño que asomaba de su tronco, creció y se hizo fuerte pero la vieja torpemente se lo llevó por delante. Esa noche lloró sin consuelo y cantó coplas ancestrales al viento. Pidió que un tornado lo arranque y lo lleve lejos a un lugar en el que sus raíces no vuelvan a crecer. No tolera la idea de vivir 100 años más con un dolor tan inmenso.

Llegó una brisa y trajo lluvia. Un nuevo retoño asomó de sus raíces y las enredaderas se ocuparon de protegerlo. Parece que el viento no es partidario de la eutanasia.

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