Pipa
Pipa es negra como el carbón, la encontramos en Valle Hermoso durante unas vacaciones de verano. Cabía en mi mano y era flaca. Piel y huesos.
Enseguida nos adoptamos mutuamente. Es un perro gato porque puede saltar muy alto, caminar por las tapias. Si se queda encerrada en el patio o el jardín es por el miedo a ser libre, a no ser de nadie. Pero podría fugarse cuando quisiera.
Nos parecemos, somos miedosas y guardianas. Hoy estamos en paz, pero hemos tenido épocas duras. Ya le pedí perdón por tratarla mal, pero no dejo de sentir que ella es así por culpa mía.
Nos parecemos también porque si nos vemos acorraladas podemos reaccionar de muy mala manera. Eso le pasó con Felipe que la perseguía por toda la casa para jugar. Ella escapaba la mayoría de las veces, pero no siempre podía. La primera vez le mordió el cachete y la nariz. Felipe sangraba mucho y anduvo con la cara hinchada un largo tiempo.
Le pegué fuerte y estuvo en el patio unos días. Quería regalarla, no podía estar tranquila con un animal agresivo y un niño acosador.
Aún recuerdo su mirada, el terror que tenía cuando me acerqué para pegarle. Se impuso con una respuesta corporal de resistencia y agresividad. Mostraba los dientes. Su cuerpo rechazaba mi violencia, pero eso que la habita quería escapar, llorar, pedir perdón por sus impulsos.
Finalmente siguió con nosotros porque todos se opusieron a regalarla. Mordió tres veces más a Felipe hasta que él dejó de molestarla y ella creció. Hoy se aman, se buscan, juegan, es su perra, es su niño.
Ayer, los chicos organizaron el cumpleaños de Pipa. Como cada 15 de septiembre le hacemos bolitas de carne y prendemos una vela. Cantamos a su alrededor y ella disfruta la compañía porque es muy mimosa. Le gusta la joda, ni bien escucha risas, juegos o música se acerca y ladra pidiendo participar.
Fue luego del festejo que me sentí extraña, Pipa no me sacaba la mirada de encima y tenía una actitud más vivaz y menos sumisa.
Evitaba hacer contacto visual con ella, me ponía nerviosa. Hasta que la escuché hablar, me dijo que sabía que la escuchaba, que no me haga la zoqueta (así les digo siempre a los chicos).
Pensé que si era un sueño tenía que disfrutarlo. Siempre hubiese querido hablar con ella y explicarle, pedirle perdón y tener la certeza de que me entendía.
La abracé, le conté sobre mi remordimiento. Le dije que la quería, que era la perra más hermosa del universo.
No me dijo nada por un largo rato, creo que disfrutaba mis dedos rascándole el cuello y las orejas. Cerraba los ojitos serena.
Y volvió a hablar. Qué fastidio era Felipe de chico, tenía que darle una lección ¿no te parece? Pero así son las lecciones de perros, no hay medias tintas. ¿Acaso has visto a una perra aconsejando con suavidad a sus cachorros que no les muerdan las tetas? Si eso pasa, los apartan bruscamente y gruñen.
Sé que se me fue la mano, no quería lastimarlo. Mi cuerpo había crecido mucho de repente y no tenía completo dominio. Cada vez que me perseguía me acordaba de esos hombres que mataron a mi mamá y a mis hermanos en el campo. Yo justo estaba lejos de ellos cuando vi cómo los golpeaban con la pala. En el campo había una jauría de perros y las perras parían sin parar, sobramos por todos lados y a veces las matanzas son la norma. Sabía que tenía que irme de ese lugar, caminé muchas horas, por suerte había agua acumulada en charquitos de una lluvia reciente.
Cuando vi a Felipe me enamoré de él, a vos te quise con el tiempo porque pese a tu histeria me das de comer, controlás que tenga agua limpia, me bañas… no mucho pero te agradezco el baño del otro día porque tenía mucho calor y fue renovador.
Acepto tus reglas de no subir a las camas y no meterme debajo de la mesa cuando comen. Pero no me pidas que comparta mi almohadón con el gato. Le deja un olor asqueroso y me cuesta mucho dormirme pensando en las gatas con las que se revuelca por las noches. Lo odio, odio sus hormonas. Será porque no tengo útero, pero tan solo pensar en el sexo me enoja. Felipe aún es chico y no tiene ese olor que empiezan a tener sus amigos, espero que nunca lo tenga y se quede siempre en casa conmigo. Tal vez vos deberías sacarte el útero también, no fue muy doloroso y me liberó de muchas incomodidades. Creo que eso me cambió mucho la vida. A eso también te lo agradezco, no quisiera parir toda mi vida como mi mamá, como las perras mugrientas y flacas del campo, soy perra de ciudad. Como cuando quiero y duermo cuando quiero. No te voy a negar que convivo con mi miedo, la sensación de un desamparo profundo me ronda y caigo en el pozo cuando se van y me dejan al cuidado de otros, por eso me subo al auto y no quiero salir. Algunas noches me acostaría en la cama con Felipe porque necesito sentir el calorcito de su cuerpo. Mi cuerpo está insaciable de mimos. Por eso te quería decir que acepto tus disculpas, que escucho también el ruido de tus pensamientos y los de todos en esta familia. Luchamos con desamparos, el desamparo que da la nada y el todo. Una buena manera de sentirte mejor es revolcarte en el pasto de panza y de espalda varias veces. Cuanto más sucia quedes mejor. También hace bien ladrarle a los perros de la esquina que están encerrados. Te burlás de su encierro, mientras vos andás libre y hacés lo que te da la gana. Pero tenés que ladrarles bien fuerte y mostrar todos los dientes, se siente un alivio grandioso. Te aconsejo que lo hagas, es terapéutico.
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