El condimento y la música
Cuando éramos chicos, la cocina era un campo abierto al juego y a la experimentación. Las consignas eran claras: lo que se cocina se come y lo que se ensucia se limpia. Mamá, como árbitro y supervisora encendía hornallas, manipulaba materiales calientes y nos enseñaba a cortar. Nos dejaba probar combinaciones… fuimos creciendo y adquirimos nociones básicas a base de pruebas y errores. Lo que salía mal, seguro papá o el perro se lo comían… eso fue un gran descubrimiento. Nada tenía desperdicio.
Creo que no es
casual que uno de mis hermanos haya decidido ser cocinero llevando la música de
nuestra cocina a todos lados, claro que él profesionalizó todo y lo que era
bochinche se hizo música. Si alguien externo viese a esos niños en la cocina
sólo vería bochinche. Las viejas pulcras se horrorizarían de vernos, de ver el
suelo, de ver nuestras manitas embadurnadas de pegotes mágicos.
Mi hermana se
hizo vegana de grande y cocina con pasión para ella. Quesos, leches, platos sin
ninguna pisca de sufrimiento animal. Nos demuestra que hay mil formas más de
usar los alimentos que ya conocíamos, pero estaban destinados a un escaso
protagonismo.
Mi otro hermano
cocina riquísimo pero no es cocinero, ni vegano. Es un flamante arquitecto,
pero estoy segura que él también sabe que en el bochinche se puede sentir la
música.
Lo mío es la
cocina de batalla, para salir del paso en la diaria. Disfruto cocinar pero
tengo poco tiempo. Con esmero tengo algunos platos estrella o estrellados como
las tartas (puedo hacer mil combinaciones) y el turrón de avena. Con muuucho
más tiempo puedo ensalsar, ensaladar, amasar, hornear, fritar, emparrallar, huntar,
hervir, ensopar, freír, tostar y quemar.
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