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Mostrando entradas de diciembre, 2012

Enjaulada

Trabajo en una jaula de cristal climatizada, iluminada y alfombrada. Acá adentro todo es blanco excepto las sillas y las compus que son negras. A los colores y a la calidez los debemos poner las personas (si queremos, es opcional), pero no tenemos permitido dejar rastros, nada de fotos en nuestros paneles, ni demasiados adornos que le saquen a esta oficina su look impersonal, pulcro y minimalista. Acá no crecen los sueños ni las plantas y la creatividad es un hecho escatológico. De a poco uno se mimetiza con el entorno, y las ideas empiezan a tener pocos colores. Los buenos modales lo impregnan todo. Hordas de hombres encamisados y aparentemente asexuados viajan en ascensores de metal, dejándonos a las damas entrar o subir primero. Aquí se huele una realidad inversa a la calle, del bocinazo y la puteada. Puedo ver la ciudad y a la gente que pasea a sus perros en la costanera. En ocasiones veo diminutos puntitos en el horizonte montañoso. Son paracaidistas. Eso dicen todos acá, yo...

A CENTRAL

Azul. Amanece. Acalorados cuerpos se amontonan en el colectivo. ¡Ay! Ese es mi pie. Adormilados ojos se cierran al compás del freno en freno. Ancianos equilibristas cuelgan del caño. Jóvenes que conquistan un asiento y jamás miran a su alrededor, perdidos en la música de su auricular, en la penitencia de sus anteojos negros. Hombres que se chocan. Enanos que compartimos el respaldo de un asiento para agarrarnos, mientras el pelo de la señora de rulos se enreda entre los dedos. Azul, como el mar. Como el amor de Cristian. ¿Desciende? ¡Adiós!